martes, 29 de abril de 2008

Montañas, espíritus poderosos

Image Hosted by ImageShack.us



Él se acercó al borde del precipicio, hundiendo sus pies, cubiertos por gruesas tiras de cuero, en la nieve, que casi le llegaba hasta las rodillas. Llevaba el traje de pieles y cuentas que le habían confeccionado en el campamento y en su mano sujetaba una lanza que terminaba en una hoja de piedra, tallada por las dos caras.


Miró a un lado y a otro y supo que el ciervo que había estado persiguiendo se le había escapado; había sido más rápido que él. No había visto que ese llano terminaba ahí, que tras esa esponjosa nieve solo había una caída mortal para él y para cualquiera. ¿Habría sido ese el destino de la que debía ser su presa? Tal vez se había escondido en el bosque que había cerca de allí, hacia donde corrían dos hermanos suyos, cazadores más expertos que él.


Volvió sobre sus pasos y les siguió lentamente, exhausto, con el rostro enrojecido por el frío y la barba blanca por el hielo que se le había acumulado. Les encontró arrojando sus lanzas sobre un ciervo, que cayó sobre la nieve, tiñéndola de rojo. El resto de la manada escapaban de allí; uno de sus hermanos le hizo una seña, a la vez que se quedaba inmovil, en el sitio, esperando que él reaccionara como debía.


Él se sacudió un poco para entrar en calor y recordó las lecciones sobre cómo utilizar la lanza, cómo había tallado la piedra, calentándola primero con el fuego y presionando con otra piedra más dura, hasta conseguir que la talla resultante fuera una pieza fina y afilada.


Sabía que su tribu necesitaba más alimentos en el crudo invierno, hasta que llegara el deshielo y que si conseguía una pieza en esa partida de caza, podrían aprovechar también las pieles y la cornamenta y él se ganaría el respeto de todos como cazador. Podría salir en la siguiente expedición y en primavera aventurarse a las montañas que se extendían a lo largo de su vista, como espíritus poderosos, protectores y terribles a un tiempo.


Respiró hondo y arrojó su lanza hacia un ciervo que corría rezagado hacia la espesura del bosque. La punta de la lanza se le clavó en un costado y perdió velocidad. Cabeceó y cayó sobre la nieve, respirando rápidamente, hasta que su vida se le fue con el último aliento.


Los cazadores levantaron sus manos entre risas; llevaban varios ciervos, entre todos, y el más joven de ellos acababa de cumplir con su cometido como hombre adulto. Regresarían a la cueva con los animales que serían su sustento y cuyas pieles cubrirían sus cuerpos hasta que la temperatura subiera.


Las montañas les vieron caminar por la nieve, arrastrando a sus presas hasta su refugio de piedra. Desde el glaciar, el hielo crepitaba en su lento desplazamiento hacia el valle, arrastrando todo lo que se encontraba a su paso. Esos seres que habitaban en las fauces de la tierra vivirían ajenas a ese lento proceso, celebrando que habían encontrado alimento.



Publicado por primera vez el 20/01/08 en http://myblog.es/desdelaposadadealameda

No hay comentarios: