miércoles, 13 de agosto de 2008

Invierno

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En su palacio de hielo, bajo la luz pálida de la luna, que entra por la ventana, el Invierno golpea con su puño la mesa. “¡No me iré todavía!” La luna le observa, con una risa burlona, y bromea con las estrellas. “Pobre necio, no sabe que ya llega la primavera.”

Él se levanta de golpe y con un remolino de aire helado se acerca a la ventana, rugiendo su enfado. “No os riáis, porque yo sigo aquí, para cubrir de escarcha los bosques, para soplar mi viento gélido en los rostros de los mortales.”

Sus pasos resuenan sobre el suelo de escarcha y su melena de viento hace mecerse las campanillas de cristal y apagarse las velas del candelabro de hielo; se cierra la puerta tras de si y vuela por el cielo añil hacia las montañas, disfrazado de nubes de color azul plomo.

Con un soplido, cubre con un velo oscuro los neveros y baja por las laderas, acariciando con la escarcha los pastos y los matorrales, que brillan bajo las primeras luces del alba. Después su risa se convierte en un torbellino que baila con los árboles y susurra a las primeras flores del valle, y vuelve a elevarse, para convertirse en copos de nieve, hablándoles con gélido aliento a los pájaros que se acurrucan en las ramas.

Así quiere que comience el día, para que los mortales no olviden que existe, porque no se resigna a marcharse. Y así, aferrándose con dedos fuertes a la tierra lo cubre todo con su manto blanco y caricias de frío.




Selene



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