domingo, 18 de mayo de 2008

La llegada

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Cuando el coche se detuvo, mi cabeza pareció volver a su ser, después del mareo provocado por las curvas y los baches de la carretera. El conductor que nos había llevado hasta el pueblo se entretuvo a hablar con mi familia y yo miré impaciente por la ventanilla; deseaba salir cuanto antes de allí y no seguir oliendo el olor de la tapicería. Quería sentir el aire fresco en mi rostro y respirar hondo, estirar las piernas, estar yo sola por unos momentos.


Mi familia empezó a moverse y entendí que era mi oportunidad de salir de allí, mientras mi abuela iniciaba otra conversación con el conductor que sospeché interminable, como las anteriores. Abrí la puerta y me sentí liberada; mis piernas al principio no respondieron hasta que comencé a estirarlas. Después de mí, mi hermana salió también, resoplando.


Cuando miré a mi alrededor me encontré con una visión impresionante, un pequeño pueblo con casas de piedra y calles adoquinadas, rodeado de montañas inmensas, que parecían saludarnos con manos invisibles. Mis ojos se abrieron de par en par ante esa visión, mientras hacía caso omiso a las voces de mis familiares, que acababan de salir del coche. En el cielo, limpio y de un azul muy vivo, vi volar un águila, planeando con las corrientes del viento, poderoso, alejado de nosotros.


Allí abajo, los humanos estábamos admirados por el paisaje. Las casas, con tejados de piedra y puertas de dintel bajo, parecían estar allí desde hacía muchos años, habitadas por la misma familia, generación tras generación. Algún rostro se asomaba a través de una ventana, con curiosidad. "Ya vienen los veraneantes", decía alguien que pasaba por nuestro lado, sonriendo. Un hombre paseaba a su perro y una mujer guiaba a su ganado hacia el establo.


Era la primera vez que íbamos todos a ese pueblo, aunque ya habíamos compartido muchos veraneos juntos, en plan familia numerosa. Sabía que eso significaba perder independencia, como cada verano, pero estaba convencida de que me iba a encantar ese lugar, rodeada de ese paisaje que parecía llamarme con susurros en forma de brisa.



Selene



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