Estás en la ciudad, con las vistas de una casa fea, de fachada deteriorada frente a tu ventana; tus ojos reclaman la visión de las montañas, quieren extenderse más allá del horizonte y alejarse de la autopista, de las torres con neones en las azoteas, y abarcar el valle, desde lo alto.
El sonido de los arroyos se convierte en una melodía que echas de menos, mientras esperas con ansias ponerte bien y ser tú misma de nuevo, para recuperar el ritmo normal de tu vida. Quieres estar fuerte, dejar atrás la sala de espera del médico, moverte con libertad, convertirte en un ave que sobrevuela las montañas, dejándose llevar por el viento.
Tu mente sigue viajando, recorriendo el sendero que encontraste hace poco; vuelve a ver la fuente junto a la que descansaste, a la sombra, cuando rodeaste la montaña, en un lento ascenso. Vuelves a ver el agua estancada, con hojas al fondo, y un insecto flotando, bajo un gran roble que te protege del sol. Y te trae el sonido quedo del murmullo del agua, mezclado con el piar de un pájaro. Solo hay paz allí.
Esos momentos fueron placenteros, te hicieron sentir paz contigo misma, y ahora los echas de menos. Llegar a tu destino fue un triunfo, te hizo sentirte orgullosa, pero hoy estás lejos de allí, y en lugar de un manto verde, ves adoquines grises. Por suerte, las montañas seguirán ahí, esperándote...
Selene