jueves, 14 de agosto de 2008

La Cascada

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Me abrazo a mí misma

y quiero esconder lo que pienso;

solo estar allí me consuela

del dolor de repetir,

como si fuera mi sino,

los mismos errores

y los mismos sufrimientos.

La brisa parece limpiar,

con manos invisibles,

las lágrimas que no derramo.

Me dejo llevar por la visión del agua,

quiero la paz de su rumor,

sumergirme y salir renovada.

¿De qué sirve mostrar cariño,

si a los demás les da igual?

El agua, yo quiero ser el agua,

transcurrir libre,

seguir mi curso sin el peso del corazón,

que mis manos jueguen con las algas,

y mi cabello revolotee,

convertido en espuma.

Sentada sobre la piedra,

me pregunto qué he hecho mal;

me abrazo a mí misma,

y dejo el tiempo correr,

contemplando en silencio,

la cascada.





Selene

Esperándote

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Estás en la ciudad, con las vistas de una casa fea, de fachada deteriorada frente a tu ventana; tus ojos reclaman la visión de las montañas, quieren extenderse más allá del horizonte y alejarse de la autopista, de las torres con neones en las azoteas, y abarcar el valle, desde lo alto.

El sonido de los arroyos se convierte en una melodía que echas de menos, mientras esperas con ansias ponerte bien y ser tú misma de nuevo, para recuperar el ritmo normal de tu vida. Quieres estar fuerte, dejar atrás la sala de espera del médico, moverte con libertad, convertirte en un ave que sobrevuela las montañas, dejándose llevar por el viento.

Tu mente sigue viajando, recorriendo el sendero que encontraste hace poco; vuelve a ver la fuente junto a la que descansaste, a la sombra, cuando rodeaste la montaña, en un lento ascenso. Vuelves a ver el agua estancada, con hojas al fondo, y un insecto flotando, bajo un gran roble que te protege del sol. Y te trae el sonido quedo del murmullo del agua, mezclado con el piar de un pájaro. Solo hay paz allí.

Esos momentos fueron placenteros, te hicieron sentir paz contigo misma, y ahora los echas de menos. Llegar a tu destino fue un triunfo, te hizo sentirte orgullosa, pero hoy estás lejos de allí, y en lugar de un manto verde, ves adoquines grises. Por suerte, las montañas seguirán ahí, esperándote...



Selene

miércoles, 13 de agosto de 2008

En un bosque

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En un bosque escondido,

De aguas rumorosas

Y árboles que acarician la brisa,

El espíritu invisible camina;

Su cabello está hecho de rayos de sol

Y su rostro transparente

Sonríe e ilumina las flores del camino.

El vestido, ondulante,

Es del color de la hierba y del cielo.

Se pierde en la soledad,

Escondiéndose de mí,

Cantando con los pájaros,

Con su voz inaudible.


Selene





Invierno

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En su palacio de hielo, bajo la luz pálida de la luna, que entra por la ventana, el Invierno golpea con su puño la mesa. “¡No me iré todavía!” La luna le observa, con una risa burlona, y bromea con las estrellas. “Pobre necio, no sabe que ya llega la primavera.”

Él se levanta de golpe y con un remolino de aire helado se acerca a la ventana, rugiendo su enfado. “No os riáis, porque yo sigo aquí, para cubrir de escarcha los bosques, para soplar mi viento gélido en los rostros de los mortales.”

Sus pasos resuenan sobre el suelo de escarcha y su melena de viento hace mecerse las campanillas de cristal y apagarse las velas del candelabro de hielo; se cierra la puerta tras de si y vuela por el cielo añil hacia las montañas, disfrazado de nubes de color azul plomo.

Con un soplido, cubre con un velo oscuro los neveros y baja por las laderas, acariciando con la escarcha los pastos y los matorrales, que brillan bajo las primeras luces del alba. Después su risa se convierte en un torbellino que baila con los árboles y susurra a las primeras flores del valle, y vuelve a elevarse, para convertirse en copos de nieve, hablándoles con gélido aliento a los pájaros que se acurrucan en las ramas.

Así quiere que comience el día, para que los mortales no olviden que existe, porque no se resigna a marcharse. Y así, aferrándose con dedos fuertes a la tierra lo cubre todo con su manto blanco y caricias de frío.




Selene



A la luna

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Envuelta en su cabellera de plata,

La luna vigila, insomne,

El baile del viento con los árboles del valle.

Observa, con sus grandes ojos,

El caminar grácil de un gato

Que rodea un muro de piedra;

El riachuelo le sirve de espejo

Y las estrellas,

De risa cantarina,

Sobre un lecho de nubes,

Quieren volar sobre las montañas,

Jugar con los cristales de nieve,

Rivalizar con sus brillos.

Abajo, las casas,

Minúsculas y grises,

Cierran los ojos de las ventanas;

Las luces se van apagando,

Una a una, como velas,

Agitadas por la brisa.




Selene